Un mito muy extendido actualmente es el de que todos los problemas psicológicos tienen su origen en la infancia, junto con su idea asociada de que a terapia se va exclusivamente a encontrar el origen de esos problemas. Esto puede que tenga mucho que ver con la necesidad que tenemos las personas de entender, de que las cosas tengan algún sentido, de predecir las cosas, muchas veces mediante relaciones causa-efecto.
El problema es que, muchas veces, es muy difícil acceder a esas experiencias tan tempranas donde supuestamente se “originaron” los problemas que sufrimos actualmente. Ya sea porque no nos acordamos, porque no hubo como tal una causa “traumática” o porque el esfuerzo de revolver en el pasado simplemente no compensa. Muchas veces, no es práctico e incluso puede resultar contraproducente, en el intento de “encontrarlas” podemos crear más asociaciones alrededor de ella, haciéndolas más aversivas de lo que fueron y sumándoles malestar.
La terapia es (o debería ser) un proceso científico. Una peculiaridad de la ciencia es que no emite verdades absolutas, sino hipótesis que podemos revisar continuamente y ver si funcionan o no. Si no funcionan, las rechazamos. No nos casamos con una hipótesis o un planteamiento, por muy interesante o llamativo que nos pueda parecer a priori. Lo que en la vida diaria atribuimos como “causa” seguramente no funcione como tal. Es más prudente (y práctico) hipotetizar sobre los factores que influyen en una conducta problemática que encontrar una causa. En psicología (y más concretamente, desde el enfoque de Análisis de Conducta) utilizamos principalmente dos tipos de hipótesis a la hora de abordar un caso en terapia: las hipótesis de origen y las hipótesis de mantenimiento. El término que más se puede asemejar al concepto de “causa” es el término de “hipótesis de origen”. Por supuesto, lo tratamos como lo que es, una hipótesis. No nos casamos con él. De hecho, en algunos casos, podemos trabajar en terapia sin conocerlo exhaustivamente, porque no es principal.
Lo que más útil nos resulta a los psicólogos son las hipótesis de mantenimiento, las que hacen que el problema persista a día de hoy. Estas son las que más nos interesan, las que sí debemos tener muy claras. Con este término nos referimos a a la relación entre un detonante (es decir, algo que hace probable que la conducta problemática se de), la conducta problemática en sí y las consecuencias que esta tiene. Esto sí es algo sobre lo que podemos intervenir directamente, son las variables con las que “jugamos” en terapia para solucionar el problema.
Y todo esto tiene varias implicaciones:
No tienes por qué haber sufrido necesariamente un trauma infantil para tener un problema psicológico.
No necesitas revolver tu pasado reiteradamente en terapia para solucionar algo que ocurre en el presente (aunque el pasado pueda darnos información útil).
Lo que mantiene el problema actual puede no tener mucho que ver con lo que lo “originó”. De hecho, muchas veces ocurre que ese problema ya no está, pero esa conducta se sigue manteniendo en el presente por otros factores.
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